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Monday 16th of July 2018 12:00:00 AM
Valentina Pedrotti
La Historia de Flavio.
Durante el año 2015-2016, inicie una ruta en diferentes estados productores en México, que me permitió entender un poco más acerca de los modelos de producción de café a pequeña escala en este país. Luego de este intenso recorrido, de convivir con los productores en sus hogares, de escuchar sus historias, entender su rol en la cadena de valor del café y ver el estado de muchas de sus fincas, tuve que, necesariamente, replantear mi definición de sustentabilidad dentro de la industria del café.
Desde el día uno de mis visitas, empecé a armar una imagen más ajustada de la realidad. Una imagen que se fue nutriendo con cada productor que conocía. Un encuentro que me permitió ver una realidad mucho más valiosa que la concepción ingenua y pintoresca que tenía acerca de la industria del café. Fueron cientos de historias que pude vivir y escuchar, algunas más fuertes que otras, pero cada una me dejó una nueva enseñanza que agradezco profundamente. Siendo sincera, los productores me dieron mucho más de lo que yo finalmente pude darles a cambio.
Una de las historias más conmovedoras fue la historia de Flavio, un productor de café y un mojado, como se le conoce a quienes atraviesan ilegalmente la frontera entre México y USA. Recuerdo que justo luego de nuestra charla espontanea, tome un lápiz y un papel y empecé a escribir todo cuanto recordaba. Sabía que esta historia seria digna de compartir en algún momento. Y creo que hoy es un buen momento.
“Pero la vida es bonita”
Flavio (nunca supe su apellido)
Llegué a San Francisco, pero no al San Francisco de los Estados Unidos de América, sino al San Francisco del Municipio de Tamazunchale de San Luis Potosí, México. Una comunidad muy pequeña, tan invisible que solo los que habitan allí o en el Municipio saben de su existencia. Para el resto del mundo, es nada. Mi llegada aquí fue asombrosa desde que puse un pie en el camión de Don Yolando quien nos subió a las montañas del olvido. Mi compañero de campo, Julio, y yo, explayados en el piso y bañados de sudor hasta el último rincón de nuestro cuerpo, estuvimos esperando a Don Nazario un par de horas para poder entrar al laboratorio abandonado donde posiblemente pernoctaríamos los próximos 4 días.
A unos cuantos metros del triste laboratorio, se asoma, constantemente, una cabeza curiosa por la ventana de una casita de bloques y techo de zinc. El chico me saluda muy efusivamente como si me conociera de toda la vía. Regresé el saludo, dando gracias de que no estaba sola en ese momento y que cualquier cosa Julio me defendería, bueno, al menos eso era lo que yo quería pensar. Al cabo de una media hora, este hombre misterioso no aguanta tanta curiosidad y se nos acerca sin saber que su presencia en este mundo cambiaría mi forma de ver la vida para siempre. Él se llamaba Flavio, lo supe ya al final de la charla, cuando me sentí en la obligación casi moral de saber al menos su nombre.
Al principio pensé que tenía un pequeño retraso. Se reía de cada comentario que hacía y no me daba mucha confianza. Traté de ser muy distante, pero mi intriga hacia él fue aumentando a medida que la aparente conversación banal cambió de tono. Enseguida me preguntó si yo era de allá del Norte... “yo conocí a muchas chicas bonitas como usted cuando estaba allá en Nueva York, es que yo estuve allá como un mojado”. Resulta que lo que gana un productor en un mes, lo podía ganar Flavio en un día en la construcción. Justo allí, empezó un mar de relatos de cómo un productor de café vivió su travesía hacia los Estados Unidos, narrados de manera tan jocosa y alegre como si se tratase de un niño hablando de caramelos y juguetes. A todas estas, yo no pude despegar mis ojos, mi mente y mi corazón de aquel momento.
Creo que Flavio nos vio como una oportunidad de desahogar sus penas. Así como cuando la gente espera ansioso la hora de su consulta con el psicólogo de confianza. Bueno algo así. Solo que Flavio jamás podría pensar ni remotamente en pagar una sesión de terapia.
Ya son cuatro veces que Flavio ha ido al Norte y para mi más alto asombro, habrá una quinta. Y es que “es mejor morir en la raya que esperar lo que nunca llegará” … Una reflexión que pareciera sacada de un gran literario, pero que salió de las entrañas de un hombre con alma de niño. Nos contó de cómo los coyotes le robaron hasta el último peso en sus bolsillos. De su travesía en el aeropuerto, cuando perdió el avión y que gracias a un señor de limpieza filipino que hablaba español, se enteró de que podría tomar el siguiente avión sin tener que pagar más. Nos contó de cómo burló las autoridades para pasar entre la fila desapercibido…” yo ya llegué muy lejos y tenía que hacer lo que fuera para llegar al final…”
Su mirada era como la de un ser que no entendía la magnitud de lo que estaba diciendo. Repetía que lo que pasa en la frontera no estaba bien...”esa gente es mala, nos encerraron en un apartamento y nos encueraron y nos quitaron todo, hasta mi chamarra nueva que me compré aquí por 500 pesos”.. ” Cuando llegas allá te ofrecen niñas a 40 dólares mientras esperas el siguiente coyote… lo que pasa allá no está bien...”
En ese momento, se asoma una niñita de la casa de madera y zinc. Era su hija de tres años. Mientras se acercaba a nosotros, Flavio nos contó que un día se juntó con una mujer y de allí tuvo una hija, luego la mujer se fue porque él estaba en el Norte. La niña quedó en manos de la abuela durante todo ese tiempo…”yo me tengo que ir para juntar dinero para que ella viva bien, pero hasta que ella cumpla 6 años, luego me tengo que regresar porque no se pueden dejar solas las niñas luego de los 6 años”.
Entre historia e historia, Flavio nos contó cómo mataron al papá quien se negó a que lo robaran aquí frente a su casa. Ocho días después, las amenazas de muerte se hicieron reales. Lo atacaron por la espalda un día en su potrero... ”era un hombre trabajador… su único vicio era trabajar hasta tarde en el campo”, decía Flavio. Todo eso pasó cuando el apenas tenía 7 años y desde entonces su vida es una batalla constante. “Pero la vida es bonita,,, eso le enseña a uno a valorar las cosas, porque si no pasan esas cosas como hace uno para valorar”… y fue allí cuando Flavio, sin querer, me dio una lección de vida.